Una noche sin fin
Una noche sin fin
Una noche sin fin (2006-2008). Reflexión sobre la percepción del tiempo o, más bien, de la realidad a través de distintas velocidades. El trabajo en el teatro se simultanea con el de una cadena de montaje; con la vida (o el tiempo de descanso) de los trabajadores; la tramoya desaparece por efecto de accidentes o el desgaste del tiempo. Pero todo resulta ser una representación cuando se cierra el telón.
«Los cambios de la imagen que se producen en la pantalla como resultado de diferentes modificaciones técnicas, pueden compararse con un proceso psíquico convencional que obliga al espectador a dirigir la atención de un hecho al otro y escoger lo más relevante, o sea dirigir su atención como hace un equipo de filmación. El proceso psíquico crea su propio sujeto virtual, que en el transcurso del programa ocupa el lugar de la persona, deslizándose en su conciencia como una mano entra en un guante. […] Podemos llamar a este fenómeno ‘experiencia del no ser colectivo’, ya que el sujeto virtual que reemplaza la conciencia del telespectador no existe, sino que no es más que el efecto resultante de los esfuerzos de los técnicos de montaje, de los cámaras y del director. Por otro lado, para el telespectador no existe nada más real que ese objeto virtual.» (Viktor Pelevin, Homo Zapiens)
Dos pantallas enfrentadas, con un banco en el centro de la sala, lo que imposibilita que el visitante perciba ambas imágenes a la vez. La curiosidad del espectador es utilizada y manipulada a través de estrategias de direccionalización (coincidencias, recorridos, avisos sonoros o visuales, etc.) atrapando al visitante dentro de la obra y potenciando que quien mira asuma un papel activo en la escena representada en este aparato complejo (de registro, de proyección, de tiempos enfrentados).
Productividad, ocio y descanso se intercalan a través de micronarraciones cuyos sentidos se completan, y en algunos casos se disgregan, por la duplicidad de pantallas. La acción acelerada sobre un escenario es observada por unos espectadores que van apareciendo a través lapsos de tiempo, dos modelos de velocidad visual contrapuestos que junto a la ralentización van dando el ritmo de cuatro historias superpuestas, en capítulos de aproximadamente tres minutos, bien parceladas en la vida real: la obra de teatro (dos horas), la jornada laboral (ocho horas), el descanso (ocho horas por tres personas que se turnan, veinticuatro horas) y una mesa en el exterior, abandonada tras una cena, pudriéndose sus alimentos durante siete días. Los objetos y espacios son igual de importantes que las personas (actores, público u operarios). «No hay un protagonista, sino que la acción sucede a través de un número elevado de participantes y que necesita de todos ellos» (como en Un\Balanced, 6 segundos o Hinterland). Las historias salpicadas de dobles sentidos, alter egos y accidentes, son enlazadas mediante acciones mudas que, así mismo, son observadas tanto por los personajes desorientados como por un observador omnisciente. En una acción colectiva, estas personas son parte de la representación, viven entre el orden y el accidente, donde lo íntimo va ligado al relato total. En palabras de la autora, «Una noche sin fin considera la noción de tiempo como un elemento estrechamente vinculado a la imagen técnica. Por medio de la alteración de la velocidad de las imágenes, pero también de la combinación de las mismas, permite ver lo que no vemos en lo que creemos ver.»