La pieza documenta la acción que la artista dirige en 2002 en la calle Valverde de Madrid, donde un grupo de personas, dirigidas por la artista, cubrieron con fundas azules una fila de coches estacionados, buscando despertar la sorpresa y la reacción en el viandante, y reflexionar sobre el orden estético que construyen los elementos en las ciudades y en cómo podría transformarse esta estética.

El trabajo aporta un matiz muy interesante por el ajustado equilibrio entre el control y diseño contenido de la acción, y la subversión que representa en el espacio público.
La eficacia de la propuesta, absolutamente organizada y orquestada por Diana, que la ejecuta con  total sincronía y limpieza, actualiza y deconstruye los happenings de los 60 y 70, en los que presentada la idea, ésta se abandonaba a los desvaríos de los participantes. En este caso, los colaboradores parecen piezas de un solo engranaje, miembros amplificados de la  artista que resuelve veloz la acción consiguiendo un efecto poderoso que se observa desde una toma de pájaro.

El trabajo que ha desarrollado Diana Larrea en los últimos años se sitúa en un territorio de reflexión sobre la propia práctica artística y su implicación con la vida del individuo. La artista suele servirse de disciplinas abiertas alejadas del arte objetual para ofrecer miradas transversales sobre la acción de crear, con un especial interés por el binomio arte-vida. La performance, el happening, el video y la instalación, son algunas de sus prácticas preferidas moldeando con arte efímero campos de reflexión que dialogan entre sí, en la línea del “arte relacional”.

Su trabajo aporta un ajustado equilibrio entre una forma que no renuncia a decisiones poéticas formales, delatadas por el uso de seleccionados colores elementales y contrastes de formas; y un contenido comprometido con la reflexión sobre la función social del artista; apostando por el arte de colaboración y de equipo, y por el cuestionamiento de los engranajes de gestión y producción del arte en la sociedades avanzadas.